viernes, 17 de julio de 2015

LA MÍSTICA DE LA SANGRE

La Sanguinaria Condesa Bathory


 
LA SANGRE Y LA VIDA

 
En su cumpleaños, a mi amigo
el Doctor Hermenegildo Pérez Galicia. 


 
Manuel Fernández Espinosa
 

 
Desde los más remotos tiempos subyace un misterio religioso en la sangre. Son tantas las culturas antiguas que han ofrendado en sus sacrificios la sangre (humana o animal) que podríamos decir que el sacrificio con derramamiento de sangre es universal.
 
En el Canto XI de la "Odisea", Homero nos pinta a Ulises cumpliendo las indicaciones de Circe, sacrificando en el lugar por ella indicado unas reses con el propósito de invocar de entre los muertos a Tiresias. Parte principal del ritual consistía en defender la sangre vertida de las víctimas sacrificiales, para que no la bebieran otros muertos, llamados por ella:
 
"me quedé conteniendo a los muertos, cabezas sin brío,
sin dejarles llegar a la sangre hasta hablar con Tiresias".
 
Ulises no permitirá ni que su misma madre difunta se llegue a la sangre que él defiende para que la beba Tiresias:
 
"Mas entonces el alma llegó de mi madre difunta,
de Anticlea, que engendrara el magnánimo Autólico. Viva
la dejé en mi mansión al salir para Troya sagrada;
brotó el llanto en mis ojos al verla, inundóseme el pecho
de dolor; mas con toda mi pena impedíle, asimismo,
a la sangre llegar mientras yo no escuchase a Tiresias"
 
Las almas de los difuntos que comparecen ante Ulises están sedientas del plasma.
 
En el Antiguo Testamento se dice: 
 
"Todo hombre de la casa de Israel, o de los extranjeros que habitan en medio de ellos, que coma sangre de un animal cualquiera, yo me volveré contra el que come sangre y le borraré de en medio de su pueblo, porque la vida de la carne es la sangre, y yo os he mandado ponerla sobre el altar para expiación de vuestras almas, y la sangre expía en lugar de la vida" (Levítico 17.)
 
Una interpretación literal de este pasaje ha llevado a los Testigos de Jehová, por ejemplo, a ser enconados recusantes a las transfusiones de sangre.
 
En la literatura clásica, tanto griega como romana, abundan las referencias a personajes siniestros que beben sangre, como las brujas de Tesalia que escribían sobre un espejo sus oráculos con sangre humana.
 
La condesa Erzsébet Báthory (1560-1614) en su castillo de Cachtice practicaría "magia roja", consistente en el asesinato ritual de muchachas jóvenes, cuya sangre se aprovechaba para el presunto rejuvenecimiento de la Báthory. El vampiro (criatura maléfica, según las culturas demonio o muerto que recobra la vida y se alimenta de sangre) incide en el mismo mito de la mística de la sangre y la vida.
 
Una de las doctrinas más atávicas del filósofo tradicionalista Joseph de Maistre (1753-1821) es justamente la expiación de los pecados por la sangre de los inocentes, lo cual nos remite a las más remotas creencias sobre el sacrificio.
 
Pero, incluso en pleno apogeo de la ciencia, el mito de la mística de la sangre seguiría en pie.
 
El patólogo austriaco Karl Landsteiner (1868-1943) descubriría los grupos sanguíneos, tipificándolos, por lo que recibiría el Premio Nobel de Medicina. En 1914, el doctor argentino de origen vasco Ernesto V. Merlo Mozotegui llevaría a cabo con éxito la primera transfusión de sangre en la Clínica Médica de la Universidad de Buenos Aires. El filósofo revolucionario soviético Aleksander Bogdánov (1873-1928) exploraba la posibilidad de adquirir la inmortalidad mediante la transfusión sanguínea. Bogdánov expone su teoría, por boca de un extraterrestre, en su novela de ciencia-ficción "Estrella roja":
 
"Los organismos unicelulares, una vez que su capacidad vital ha bajado hasta un nivel particular, se unen con otro organismo, y es solo de esta forma que mantienen su capacidad para reproducirse: lo que llamamos la inmortalidad del proto-plasma (...) Por último, ya conocen el uso de las transfusiones de sangre para pasar de un organismo varios elementos vitales, con el propósito, por ejemplo, de superar alguna enfermedad. Nosotros [se entiende que los alienígenas de la novela] vamos más allá, y llevamos a cabo la transfusión de sangre entre dos sujetos humanos, cada uno de los cuales puede transmitirle al otro una gran cantidad de capacidad vital. Esta simple y simultánea transfusión de sangre de una persona a otra y viceversa se lleva a cabo por la conexión entre sus sistemas circulatorios. Si se observan las condiciones apropiadas, no conlleva peligro alguno. Simplemente, la sangre de una persona continúa viviendo en el cuerpo de la otra, causando una profunda renovación de todos los tejidos de su cuerpo".
 
Con el propósito de lograr demostrar esta teoría para alcanzar la inmortalidad, la eterna juventud o, como mínimo, el rejuvenecimiento, Bogdánov inició sus experimentos de transfusión sanguínea en 1924, fundando el Instituto de Hematología, muriendo en 1928 a consecuencia de seguir la experimentación consigo mismo, practicándose una transfusión de sangre de un donante enfermo.


 
El Misterio de los Misterios es para el cristiano la pasión, crucifixión y muerte cruentas de Jesucristo, con su resurrección a los tres días de estar su cuerpo en el sepulcro. La pasión, crucifixión y muerte de Cristo en el Monte Calvario se repite de modo real, aunque incruento, en toda Santa Misa, en la misma los fieles que comulgan, se comulgan con el Cuerpo y la Sangre (especie reservada por lo común al sacerdote oficiante) del mismo Dios humanado. 
 
La sangre es la vida -sigue siéndolo y lo será por siempre: el cristianismo confirma la antiquísima creencia. Pero, a diferencia de otros cultos sanguinarios, el cristianismo incorpora la evangélica novedad de que es el mismo Dios el que, sacrificándose a sí mismo, expía como víctima nuestros pecados y vierte su sangre "por muchos" (no "por todos") para darnos la vida. Es una muy importante singularidad que aporta el cristianismo y obliterarla, como se hace en los últimos tiempos, para hablar de almíbares y solidaridades sentimentalistas, es una ofensa a Dios y constituye una enorme pérdida que se hará sentir. Cuando el cristiano subestima el sacrificio de Cristo enfatizando otras dimensiones de la Misa (como el banquete asambleario, que dicen por ahí los modernos), el cristianismo languidece y, con el eclipse del cristianismo, se multiplicarán los sacrificios sangrientos de víctimas humanas que nunca han dejado de pervivir, pero que fueron mitigados por el benéfico influjo del cristianismo.
 
Pues en la sangre está la vida.


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