lunes, 2 de marzo de 2015

LOS MÍTICOS ORÍGENES DE MADRID


 
VISIGODOS, METRAGIRTA Y SERPIENTES
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
EL MADRID VISIGODO NO INTERESA
 
 
En el transcurso de las obras del Museo de Colecciones Reales de Madrid en el Campo del Moro (cerca de la Catedral de la Almudena) se descubrieron restos arqueológicos, entre los cuales merece destacarse la exhumación de un esqueleto que se fechó como de época visigoda (ABC: Un esqueleto visigodo pone en duda el origen de Madrid): el hallazgo puso en tela de juicio el supuesto que los historiadores, desde unas décadas antes, habían barajado, a saber, que el núcleo de población de Madrid era musulmán, del siglo IX. No era extraño que desde hacía unas décadas se hubiera afianzado esa creencia, pues es sabido que desde la transición democrática, en España empezó a ganar terreno la teoría de las tres culturas, arrinconando toda otra hipótesis para nuestros orígenes que no fuesen judíos o moros, por eso, la lectura que se hizo del descubrimiento presenta esta contradictoria conclusión: "La arqueóloga jefa ha indicado que no se trataría de una necrópolis o un enterramiento programado, sino de una posible muerte de un pastor que erraba por la zona, por lo que se descarta la idea de asentamiento visigodo urbano. Sin embargo, la experta no desdeña que pudiera haber en la zona un pequeño villorio visigodo". Me atrevo a aventurar que si los restos óseos hubieran sido de época musulmana, aunque hubieran sido los de un solo esqueleto, el lugar hubiera sido declarado necrópolis musulmana, próxima a un "gran centro de población"; en cambio, si se trata de un esqueleto visigodo, se descarta un cementerio visigodo y en todo caso -para no pillarse los dedos- dicen que se trataría de un villorrio insignificante: el esqueleto del visigodo era de un pastor visigodos que por allí pasaba.
 
Así está el estado de nuestra Historia: cualquier hecho se interpreta partiendo de la hipótesis que estipula un origen musulmán de antemano, despreciándose todo cuanto no sea moro o judío; como si los emplazamientos mahometanos y la "cultura" judía fuesen los ingredientes fundacionales de nuestros pueblos. Sin embargo, lo que se infiere de estudios sobre la toponimia peninsular es que los musulmanes apenas fundaron nuevas poblaciones, sino que se limitaron a ocupar los ya existentes y, en muchísimos casos, no se molestaron ni en cambiarles el nombre: así podemos citar el caso de Santisteban del Puerto (en la actual provincia de Jaén), a la que Ibn Hayyan llama "Sant Astabin" y Ibn al-Jatib llamaba "Sant Istiban" y, nótese, ni en el caso de un topónimo de un santo fueron capaces de cambiarlo. Los bastardos intereses con miras a la ingeniería cultural que hay tras el paradigma de las tres culturas orientan toda la interpretación histórica en España; y no pensemos que esto ocurre exclusivamente en Andalucía: ocurre en Toledo, ocurre en Valencia, ocurre en Aragón y, si lo seguimos permitiendo, ocurrirá hasta en Asturias. Es así como nos construyen una identidad histórica totalmente falsa que corresponde a un tiempo en que se impone el multiculturalismo.
 
LOS ORÍGENES MÍTICOS DE MADRID
 
Escudo de Madrid, desde 1841 a 1967

 
Desde 1842 hasta 1967, el escudo de la villa y corte de Madrid fue más complejo que el actual: al popular blasón de la osa (que no oso) con el madroño, se le sumaba -además de otros elementos- un dragón y el dragón es lo que ahora nos interesa. Hemos hablado en otros artículos sobre la imprescindible aportación de los humanistas españoles en la construcción de la identidad de nuestras ciudades, villas e incluso localidades de menor importancia (véase La restauración de las tradiciones fundacionales en la España del Siglo de Oro.)
 
Madrid fue designada como sede de la Corte del Rey de España en 1561 por Felipe II. Como capital de un Imperio vastísimo, la villa de Madrid tenía que demostrar su legitimidad y a ello se aplicaron algunos humanistas matritenses como, mencionemos a los dos más destacados: Jerónimo de la Quintana (1576-1644) o Juan López de Hoyos (1511-1583).
 
Juan López de Hoyos escribió la "Declaración de las armas de Madrid y algunas antigüedades" y Jerónimo de la Quintana "A la muy antigua, noble y coronada villa de Madrid: historia de su antigüedad, nobleza y grandeza". Había que buscarle a Madrid los antecedentes más remotos y nobilísimos, y las elites intelectuales se apresuraban a cimentar el abolengo de la Villa y Corte. Para ello no pararon mientes en buscarle un origen homérico, como el que los lisboetas le habían otorgado a Lisboa que, derivando el nombre griego de Lisboa de Olissipo (Olissipona), dieron en pensar que el fundador mítico de Lisboa había sido Ulises (Odiseo): Luis de Camoens se haría eco de esta mítica fundación de la capital portuguesa en su "Os Lusíadas". Los madrileños no se quedaron atrás y así es como Jerónimo de la Quintana estableció que Madrid había sido fundada por los troyanos, como Virgilio había establecido que Eneas fundó Roma, en el año 1059 a. C., correspondiendo al mítico Ocno Bianor el honor de fundar Madrid.
 
OCNO BIANOR Y METRAGIRTA
 
Según habían establecido los humanistas madrileños, Ocno Bianor era hijo de Tiberis y nieto de Bianor; éste, huyendo de Troya, se había asentado en Albania. Ocno era el hijo ilegítimo de Tiberis, habido con una mujer llamada Manto (que vendría de "mancia": "la fatídica"). Para que el hijo legítimo no tuviera al bastardo como rival en el trono, Tiberis dio dinero a Manto y a Tiberis, pidiéndoles que se fuesen de su reino. Ocno se estableció lejos del reino de su padre, fundando Mantua (en la Lombardía), pero allí tuvo un sueño en que Apolo le invitaba a abandonar Mantua y buscar un lugar donde lo haría próspero y feliz. Ocno secundó el consejo de Apolo y tomó el nombre de "Ocno" (el adivinador onírico); después de diez años de peregrinación, Apolo se le volvió a aparecer en sueños, diciéndole que el lugar en donde dormía era el elegido para levantar la ciudad. Al despertar se encontró Ocno con los nómadas carpetanos, a los que reveló sus sueños y estos se prestaron a edificar la ciudad. En otro sueño, más tarde, Apolo reveló a Ocno que el templo de la ciudad se consagrara a la diosa Metragirta, hija de Saturno, la Magna Mater, Cibeles. El nombre de Metragirta presenta una raíz "Metra" que indica la "matriz" y, como señala Pierre Chompré (1698-1760) en su "Diccionario abreviado de la fábula" (1727): "Metragirta, renombre de Cibeles, cuyos Sacerdotes se llamaban "Metragirtos", esto es, Questores de la Madre de los Dioses, porque tenían oficio de mendigar". El fin de Ocno fue que, para terminar con las discordias locales, se sacrificó, mandando que lo sepultaran vivo. En una tormenta, apareció la diosa Metragirta sobre un carro tirado por leones y, sacando a Ocno de su tumba, lo llevó consigo a la morada de los dioses y los héroes.
 
Según la conjetura de nuestros humanistas madrileños del siglo XVI y XVII, Madrid terminó llamándose Madrid por corrupción del teónimo de Metragirta. Y ahora, conociendo este mito, sabremos la razón por la cual se erigió en Madrid, en 1782, la popular Fuente de Cibeles, sobre un carro tirado por leones: teniendo muy presente la leyenda fundadora elaborada siglos antes, cuando Madrid competía con Valladolid en la capitalidad.
 
Los nombres de Madrid en el tiempo han sido muchos: Viseria, Ursaria, Osaria, Mantua Carpetana, Matrice... Metragirta -como quiere la leyenda de los humanistas. En cuanto a los topónimos de Ursaria y Osaria digamos que nos remiten a los Osos (que parece ser que abundaban en la zona; por otra parte, Osaria -osera- es un topónimo que se repite en los puntos más lejanos entre sí de la península).
 
Aunque el mito de Ocno Bianor y su fundación de Madrid no sea más que una fábula inventada para otorgar un prestigio fundacional a Madrid, lo cierto es que cumplía la función metapolítica de dotar a Madrid de una antigüedad parangonable a la de Roma: como capital de un Imperio que quería revivir en clave cristiana las grandezas pretéritas de la Ciudad Eterna, Madrid no podía tener un origen menos mitológico.
 
LA CULEBRA DE PUERTA CERRADA
 
A esto se le sumó que en 1569, durante unas obras en la Puerta Cerrada, saliera a la luz una pieza arqueológica que el Maestro López de Hoyos interpretó como un dragón: "Entre las antigüedades que evidentemente declaran la grandeza y fundación antigua de este pueblo, ha sido una la que en este mes de Junio de 1569 años, por desembarazar la puerta Cerrada, derribaron, y estaba en lo más alto de la Puerta, en el lienzo de la muralla labrado en piedra berroqueña, un espantable y fiero dragón, el cual traían los griegos por armas y las usaban en sus banderas.”
 
Por este ofidio "labrado en piedra berroqueña", Lope de Vega, en su poema épico "La Dragontea", pone estos versos en boca de Francis Drake (el "dragón"):
 
"¿Quién, sino mi Dragón, ofende y daña
la sierpe, imagen de la antigua España?"
 
A decir verdad, tal y como la pinta el mismo López de Hoyos, el dragón era una serpiente; el hecho de no poder datarla, pues de ella se conserva mención y un dibujo tan sólo, nos deja con la incógnita de saber quiénes la esculpieron. Si era un relieve prerromano, habría que suponer que podría tratarse del elemento escultórico de un conjunto funerario, dado que el carácter fúnebre de estos animales ha sido evidenciado por J. M. Blázquez en su obra "Primitivas religiones ibéricas".
 
La historiografía oficialista esboza una sonrisa sardónica ante este tipo de fantásticos mitos fundadores. Es cierto que nuestros antiguos humanistas, celosos amantes de sus patrias chicas y de su patria grande, eran capaces de elaborar los más sofisticados mitologemas, sirviéndose de su vastísima cultura clásica grecorromana y cristiana. Pero, los presuntos científicos que entierran el pasado visigodo, el paleocristiano y el prerromano de nuestra Península Ibérica, construyendo sus nuevos mitos de las tres culturas, sentando las bases de una hegemonía de lo musulmán y lo judío sobre lo auténticamente español, ¿son menos mitólogos? Desdichadamente, no podemos ver en muchos de nuestros presuntos historiadores y arqueólogos a rigurosos científicos, pues nos consta que sirven a un paradigma no menos metapolítico que, por si fuese poco, falsifica nuestra historia y nos construye una percepción pervertida de nuestros orígenes... Y con menos patriotismo y, todo sea dicho, menos fantasía literaria que aquellos humanistas de antaño.
 

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