viernes, 8 de agosto de 2014

DEL COLOR NEGRO



 
EN EL VESTIR MEDITERRÁNEO 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
No hace mucho todavía que a los mediterráneos de cierta edad se les podía ver, rigurosamente vestidos de negro: mujeres y hombres, todos arropados de negro. Desde Grecia hasta Andalucía, pasando por el sur de la Península Itálica y Sicilia el negro de las ropas contrastaba con la blancura de las enjalbegadas casas. María Zambrano contrasta este vestuario negro con el gusto de las gentes del norte europeo, donde siempre se ha mostrado una tendencia a vestir combinando colores en el atavío, muchas veces -diremos nosotros- hasta llegar al mal gusto que los hacía perfectamente identificables como extranjeros en tierras mediterráneas y no faltaba algún autóctono que esbozara una sonrisa. Pues como apunta con perspicacia la filósofa malagueña, para los meditérraneos: "El uso de los colores en la vestimenta era signo de vida ciudadana, desarraigada". Y el color que reinaba en el vestuario de los autóctonos era el negro: "Era un negro -dice Zambrano- casi litúrgico, un modo de comparecer ante la luz y ante las gentes todas".
 
Es fácil pensar que la predominancia del negro en el vestido de las personas mayores del Mediterráneo encuentra su razón en el "luto". Aunque no todas las culturas, ni todos los estamentos, ni todas las épocas hicieron del negro el color más identificativo del luto, la costumbre es ancestral: el color negro ya lo asociaba Homero a la muerte, cuando hablaba de "las Parcas de la negra muerte" y "la negra Parca". En la antigua Roma como señal de duelo se vestía la "toga pulla" (toga de lana oscura desprovista de adornos). Esta costumbre continuó sin variar en el Mediterráneo hasta hace poco (todavía puede verse, aunque han menguado sus usuarios). Fueron las viudas mediterráneas las que solían mantener el luto por toda la vida, como señal de fidelidad a su cónyuge difunto. García Lorca, en "La casa de Bernarda Alba", presentará el tema del luto con acentos críticos. cuando Bernarda pide un abanico y Amelia le da uno (estampado con flores rojas y verdes), Bernarda lo arroja al suelo y dice: "¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto". Pero tampoco olvidemos a los hidalgos españoles que lucían sus severos ropajes en las cortes de toda Europa, teniendo por cosa de volubilidad ridiculosa e insoportable el colorido de los cortesanos extranjeros.
 
De un tiempo a esta parte, los cambios operados en la sociedad han ido relegando este fenómeno del luto de las viudas, asociándolo con el atraso. Algunos opinan que esto se debe a la pérdida de influencia de la Iglesia en la sociedad, pero a nosotros no nos parece una razón, sino un factor más. Para comprender la desaparición de esta costumbre milenaria sería todavía mejor tener en cuenta otros factores que concurren, además de la secularización.
 
La despoblación de los núcleos rurales, la revolución televisiva que se introdujo hasta en las aldeas, la hegemonía cultural del norte industrializado sobre el sur campesino y, sociológicamente, el devastador y sistemático desprestigio de la "ancianidad" que, por razones casi siempre comerciales, ha sido invisibilizada hasta el extremo de adoptarse ese eufemismo de "tercera edad". Es así como se ha ido "juvenilizando" (permítaseme este neologismo) la sociedad, con lo que ello comporta, pues postergado el anciano (con su vasta experiencia vital), tenemos así una sociedad virtualmente "juvenil" que hace alarde de su inmadurez.
 
Las sociedades cohesionadas y fuertes siempre han sido las guiadas por los ancianos (la palabra "senado" viene de ahí). Que la sociedad actual haya sido juvenilizada (a golpes de la demagogia que exalta la falsa alegría y la juventud) supone una disminución en todos los aspectos. Era de esperar que los ancianos mediterráneos abandonaran el riguroso ropaje negro, persuadidos de que han de renunciar a su ancianidad, hacer deporte hasta que se rompan la cadera, buscar novia o novio como si fuesen unos mozalbetes y jamás de los jamases llamarse "viejos". Para muchos era necesario exterminar el valor social, la autoridad de la "ancianidad", imponiendo esta mentalidad, para vender más y hacer independientes de sus propias tradiciones a todos los estratos sociales, mientras que nos hacen dependientes de las modas que su mercado genera, para así dominarnos mejor.

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